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Ouka Leele: “Amo la vida por encima de todo”

Diariocritico.com

José-Miguel Vila – 01/05/2015

“Me encanta saber que he podido ayudar a la gente a ser más libre”
“Persigo la eternidad, ese tiempo eterno que se halla en cada instante”
“Hago las cosas como las siento”
“Tengo un amor-odio con la fotografía”

Premio Nacional de Fotografía 2005 y Medalla de Honor en la XI Bienal Internacional de El Cairo en 2008, Ouka Leele (Madrid, 1957) va camino de las cuatro décadas de trabajo en la fotografía y, a pesar de su amor-odio hacia ella, ha alcanzado hace ya mucho tiempo su madurez artística con la cámara. Su formación como fotógrafa se inició en 1976 en la escuela Photocentro. Comenzó también a prepararse para Bellas Artes, pero muy pronto abandonó la idea de hacer la carrera para continuar de forma autodidacta, ante la necesidad de aunar en sus creaciones la fotografía y la pintura. Su dominio técnico y su desbordante creatividad (blanco y negro, obras coloreadas y fotografía digital) le hacen ser considerada una verdadera poeta de la imagen, cuyas fotografías son, desde los años 80, iconos de nuestro tiempo.

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Ouka Leele/ La fotografía cortada como escudo (Autorretrato)

Ouka Leele es el actual nombre de guerra (antes era solo Ouka Lele, con una sola e) de Bárbara Allende Gil de Biedma. Bárbara es tímida, observadora, tranquila; Ouka es osada, valiente, lanzada, imparable. Imaginativa y artista plástica desde la cuna, a Bárbara no se le ocurrió mejor idea que ser otra para vencer abiertamente su alter ego, el de la timidez y su extrema discreción. Y lo logró, ¡vaya si lo logró!

Descubrió en el Museo del Prado a los grandes de la pintura y quiso seguir su huella con el pincel, pero se le cruzó en el camino una Nikon F que acabó dándole el Nacional de Fotografía hace ahora diez años. Aún así, no se resiste a dejar que la pintura vuelva a coger un lugar dominante en su vida porque con eso sueña desde niña. Inquieta, curiosa, además de la fotografía, la pintura y la performance, ha hecho incursiones muy serias en el dibujo, la serigrafía, y la literatura -entre sus poemarios, ‘Naturaleza viva, naturaleza muerta’ (ed. Amao, 1984) y ‘Pan de Verbo’ (ed. Huerga y Fierro, 2011)-. Acaso, por eso mismo, haya vuelto a tomar mucha fuerza en ella la palabra. Y el amor, que ha sido, es y será su motor. Cuando era una adolescente, estuvo muy cerca de la muerte y por eso sabe apreciar la vida en todo su valor:

“Qué bonito es
que se me llenen los pulmones de aire,
que se me clave la luz en los ojos,
que se me meta el olor de las flores hasta las venas,
que me lata el corazón de emoción,
que se me ponga roja la cara
por un sentimiento”.

J.M.V.- En tu obra fotográfica, ¿qué lugar hay para la técnica y qué otro para la creatividad?

O.L.– Como sabes, yo empecé pintando. Desde siempre, mi pasión ha sido la pintura y el dibujo, y sigue siéndolo todavía. La fotografía apareció por ahí y con mucha fuerza. Desde el principio, me percaté de que un artista de mi época tenía que saber utilizar la fotografía. No sabía muy bien porqué ni para qué, pero sí que tenía que utilizarla… Aprendí sin saber muy bien qué iba a hacer con ella, y todo vino rodado. Entonces era muy joven, estaba buscando trabajo, quería también ser independiente económicamente de mi familia, y encontré rápidamente mis primeros trabajos en cine y en fotografía. Hice foto fija con Fernando Colomo, un productor me dio dinero para hacer mi primera película en Barcelona… Iba con Tote Trenas, Director de fotografía de ‘Cuéntame’. Me fui a vivir a Barcelona y allí tenía que sobrevivir y acepté mis primeros trabajos en fotografía en las revistas Playboy y Penthouse. Sus directores de arte -que, por cierto, eran muy buenos- me dieron total libertad y, en la segunda revista, por ejemplo, me daban seis páginas para hacer lo que yo quisiera, siempre que tuviera un tinte erótico, claro. Hice entonces algunas fotos que son míticas: una que llamé El beso, en la que aparecían dos cabezas de jóvenes mirándose de frente, de perfil y besándose, pero se están agarrando los labios con ese instrumento de los dentistas que utilizan para que se te vean los dientes, y aparecen con toda la dentadura bien visible. Mi intención era subrayar mi filosofía sobre el amor y la muerte y de esa forma las dos cabezas parecían más una calavera… Era una imagen muy potente. Esa imagen está producida por Penthouse. Pero, a la vez que trabajaba, yo hacía mis fotos porque, aunque siempre he trabajado por encargo (había que comer cada día, y la vida me ha llevado por ahí…), a través de esos encargos, he procurado siempre hacer mi propia obra.

Pero tú entonces apenas tenías 19 años, y dos revistas como esas no encargan unas fotos a cualquiera, sin tener seguridad de que van a tener una originalidad y una fuerza incontestables. ¿Cómo te introdujiste en la técnica fotográfica?

Por aquellos tiempos asistía a una escuela de pintura y había un compañero que me animó a acudir a otra escuela de fotografía a la que él también acudía, porque era una maravilla… Yo me pasaba entonces todo el día pintando y dibujando, hasta el punto de que, por la noche, me salía carboncillo de la nariz. Pero el chico insistió tanto que un día lo acompañé y, al descubrir el laboratorio de la escuela, me fascinó ver cómo salían las fotos del líquido, como se iban formando las imágenes, de forma latente… Me fascinó tanto que me pagué el curso de fotografía con los dineros que me daban mis padres para gastos personales (dejé de ir al cine, de comprarme algo de ropa, etc.). Así estuve todo un año y dio la casualidad de que había gente muy relevante en ese momento que estaba haciendo la revista Nueva Lente -la considero muy importante en la historia de la fotografía española contemporánea-, que valoró muchísimo lo que yo hacía. Aunque entonces no era más que una aprendiz, todo lo que yo disparaba a ellos les parecía una nueva visión adolescente y espontánea, una visión fresca de la imagen fotográfica, y entonces me llevaron a Arlés, a Nueva York y así empezó todo…

¿Qué máquina tenías entonces?

Una Nikon F. La sigo teniendo. Es una máquina réflex, con apenas nada: obturador, diafragma y fotómetro incorporado y nada más. ¡Ahora las cámaras tienen tantos botones…!

Pero habrás trabajado después con alguna otra, ¿Leika, por ejemplo?

Sí, pero no creas que tantas… Siempre he vivido con lo mínimo. Tuve una Sinar, pero también con un solo objetivo. Y con la siguiente que tuve, una Hasselblad, que me la robaron y ya no me la volví a comprar… Y la Sinar, que es una cámara de placas, no la he dejado desde entonces. Y, poco después, los de Sony me regalaron una digital con una cámara y cinco objetivos o seis. Era como si me hubieran regalado una casa con piscina y un yate. Es la única vez que he tenido varios objetivos, pero luego me la quitaron porque se enfadaron conmigo al haber hecho un trabajo para Canon. Yo, en todo caso, no había firmado ninguna exclusividad con nadie…

Manuel Galiana me dijo hace muy poco tiempo que, a su juicio, la raya que separaba la labor del artesano de la del artista es su capacidad de afrontar el riesgo. Tú, cuando tenías 19 años, ya eras una artista, aunque no sé si eras muy consciente de ello. Arriesgada, desde luego, eras un rato…

Es verdad. Siempre he arriesgado y, además, siempre lo he buscado porque el no saber es muy excitante.

¿Y pones el mismo riesgo en las otras disciplinas que tocas (grabado, poesía, pintura…), o te enfrentas a ellas como aprendiz?

Voy de aprendiz y sigo yendo. La maestría es algo que me atrae mucho, pero no quiero dejar de ser nunca aprendiz Quiero estar siempre aprendiendo algo. Cuando me metí a hacer un mural de 300 metros en Murcia, lo pasé muy mal. Tenía que subirme a una grúa y me daba bastante miedo enfrentarme a un lienzo que, desde luego, tenía mucho más de los dos metros a los que me había enfrentado hasta ese momento. A los 300 metros cuadrados de entonces… Allí aprendí y, en general, yo siempre he aprendido con la práctica. Soy de las que piensan que se aprende mucho más trabajando que estudiando una carrera. La universidad tendría que ser mucho más práctica y unida a la vida real, no tan teórica, y el colegio más todavía.

¿Cuándo te diste cuenta de que la fotografía es un arte equiparable a las demás artes plásticas?

Cuando me dicen que cuál fue mi comienzo en el mundo artístico, siempre digo que desde niña. Mis mejore regalos eran lápices, cajitas de madera que están llenas de colores, paleta, lienzos, cuadernos… Siempre he sido así… Nunca me interesé mucho por la fotografía. No tocaba una cámara para nada, pero era muy técnica. Me regalaron un juguete -el mejor que he tenido nunca en mi vida- con el que podía construir aparatos electrónicos. Con él construí unos altavoces, una radio, un órgano electrónico… Hacer conexiones con circuitos eléctricos siempre me ha gustado mucho. Vamos, que la técnica me ha atraído desde pequeña, pero no la fotografía… Tengo un amor- odio con ella. Yo veía las fotos y me decía ¿qué más da quien haga la foto, si al final es siempre la cámara quien las hace? No veía detrás de una fotografía el ojo del artista como, por ejemplo, veía el ojo de Chagall en su obra, en donde su pintura te transmite sus amores, sus pasiones, su filosofía, su mundo… En los fotógrafos no veía eso nunca. Al menos, muy pocas veces. Pero, de pronto, me encuentro a Man Ray, y él sí que hace arte. Y como lo mío es el arte, desde que nací, vi claro que también la fotografía puede utilizarse para hacer arte.

Pero, de verdad, ¿tienes idea del tiempo que has pasado en toda tu vida en el Museo del Prado?

Ayer mismo estuve, viendo a Van der Weyden… Sí, sí, si las sumamos, he pasado muchos días, semanas, puede que meses, de mi vida entre los cuadros del Prado. De pequeña, para mí, era lo máximo, ir al Museo del Prado. Recuerdo esa sensación de emocionarme y llorar. No creo que la tengan todos los niños. Eso creo que era verdadera vocación. Te hablo de cuando apenas tenía siete u ocho años. Mis padres vivían entonces en la calle Montera, al lado de la Puerta del Sol y de la Gran Vía y estaba a dos pasos del Prado. En la Montera ya había prostitución, y gente siniestra y, para mí, ir al Prado era como ir al cielo. Eran dos mundos absolutamente opuestos y distantes entre si… La bajada al metro en la Red de San Luis la vivía como bajar al infierno… Pero, si bajabas por la Gran Vía, en unos momentos estabas en el Banco de España, Paseo del Prado y el Museo. Dos mundos, el cielo y el infierno, conviviendo a la vez.

De pequeña, por cierto, estuviste al borde de la muerte. Los niños y adolescentes que sufren un revés tan fuerte en su vida, maduran mucho más rápido que los chicos de su edad. ¿Fue también ese tu caso?

Sí, es cierto. Y, además, creo que quienes hemos pasado un revés tan fuerte en la vida nos reconocemos muy fácilmente. En todos nosotros hay un amor a la vida, si no te has quedado enganchado al sufrimiento, nos enganchamos a la vida… Es una valoración radical de la vida. Yo me decía, “¡tengo dedos, tengo manos…!”. Valoraba lo que tenía, en lugar de estar pensando en lo que había perdido o lo que podía perder. Ser consciente de que estás vivo es un milagro. Luego, con los años, eso lo pierdes pero se queda grabado con hierro candente en tu alma y está ahí siempre, no se te va… Luego, además, desaparece el futuro. Estás ya en un abismo en el que ya no hay futuro, solo hay presente. Es mucho más alegre vivir así. Cuando, en el Museo del Prado, ves a los santos, los ermitaños, todas esas figuras que los pintores han concebido con una calavera en la mano, o en la mesa de al lado, meditando, parecen haber entendido también que, cuando la muerte está presente, la vida adquiere toda su brillantez.

¿Estás de acuerdo con todo lo que se dice de ti cada vez que se hace un nuevo catálogo para una nueva exposición?

Prefiero que la gente diga lo que tenga que decir. Pedir a la gente que haga o que diga algo que no se le ha ocurrido, a veces, es herirle su orgullo… Me pasa muchas veces con los periodistas, que es la gente con los que más duro tengo el aprendizaje de la maestría de hacer las cosas bien en la vida. A veces, haciendo una entrevista, yo me abro mucho y no me pongo límites de lo que debo y no debo decir, y luego, a veces, el periodista entresaca una frase fuera de contexto para ponerla de titular y entonces cobra un sentido absurdo, ñoño o anodino y eso es muy triste. Yo amo la vida por encima de todo y doy siempre lo mejor de mí, y eso es lo que me gustaría que se reflejase siempre, y eso habría que respetarlo.

¿Disfrutas más en la concepción, en la generación o con la obra ya terminada?

En todo el proceso, sobre todo si no me meten prisa… En fotografía, sobre todo en el momento de la toma. Es muy divertido… Pero la parte técnica, me tensa mucho. Es todo tan maravilloso que, si me olvido de poner bien el diafragma, me cargo la foto… Por eso intento llevar siempre un ayudante que me diga “¡oye, cuidado que…!”. Y así se limita mucho más la posibilidad del fallo. De todas formas, como mi intervención en la fotografía ahora es mucho más de dirigir, de montar una especie de “teatrillo” y dirigir la acción, tengo que controlar la técnica de la cámara, la dirección de los actores o modelos, lo disfruto mucho aunque, como digo, la parte técnica me hace sufrir un poco.

Lo que más disfrutas de todo, supongo que es lo que haces porque sí. Por ejemplo, aquella iniciativa que tuviste hace ya unos cuantos años con la diosa Cibeles…

Sí, fue en 1987. Yo quería dar a conocer la historia de la diosa y de los leones que tiran de su carro. Casi nadie conoce que esos leones eran dos amantes en la mitología griega, que la diosa Cibeles los acabó convirtiendo en leones. Es una historia preciosa y los madrileños pasamos junto a ellos cientos de veces sin saber, en la mayor parte de los casos, qué hay detrás de ese monumento. Entonces se me ocurrió hacer allí una representación de lo que era ese monumento… Luego, un comisario de otra exposición me pidió que volviera a reinterpretar lo mismo, pero no lo hice porque yo trabajo por sentimiento y no me apetecía… Y monté una performance, una especie de ritual contra la violencia y el maltrato. Recuerdo que también, en esa época, venían un montón de periodistas a preguntarme cuál sería la siguiente fuente que interpretaría, como si tuviese un plan preconcebido de hacer otro tanto en París, en Roma o en Nueva York. Y no era así, yo no soy una máquina de hacer billetes. Si tuviera visión comercial, lo mismo es lo más inteligente, pero yo soy fiel a mi vida y hago las cosas porque las siento, no tengo una fábrica de chorizos para ganar muchos billetes. Aunque no le hago ascos al dinero bien ganado y merecido.

¿Cómo te gustaría que te recordasen los fotógrafos del futuro?, ¿qué querrías que dijesen de ti?

Hay una cosa muy bonita que ya me han dicho y, además, fotógrafos que yo ahora reconozco, que son grandes profesionales y que es un honor que sean ellos quienes precisamente me lo digan. Ciuco Gutiérrez, por ejemplo, me dijo que él se había atrevido a ser libre en su fotografía, atreverse con el color, después de ver mis fotos. Eso es muy bonito… O un chico joven, después de ver la película de Rafael Gordon, que se titula ‘La mirada de Ouka Leele’, que es su retrato de mí en cine, salió diciéndome -después de ver la peli- que estaba dudando en hacer Bellas Artes o la carrera que le indicaban sus padres, y que iba a hacer Bellas Artes. Eso ya me parece suficiente. Si he ayudado a la gente a ser más libre, a seguir lo que ellos más quieren de verdad, todo eso me parece increíble…

Eres una mujer vitalista, alegre, de espíritu joven. ¿Te ves tú también así?

Las edades son subjetivas. La edad física, es obvio que se va notando. Puedes llegar a 90 años, tener dificultades físicas para realizar ciertas actividades, claro, pero el espíritu va y viene. Envejece o rejuvenece. Yo puedo recordar haber sido vieja con seis años, y joven con cuarenta. No sé muy bien de qué depende. A veces pasas una época muy envejecida en tu concepción del arte, y, de pronto, mucho más tarde, aparece una juventud que corresponde a tu edad en cuanto a energía, en cuanto a frescura, etc. No depende de la edad cronológica sino de tu conexión con la vida en cada momento, de tu alegría, de tu sentimiento…

Eres artista, eso está claro. Fotógrafa, al cien por cien. ¿Y pintora, poeta, grabadora?

No está tan claro. Si sumo las horas que me he pasado pintando y las comparo con las que he estado fotografiando, soy pintora. Una foto la haces en un día, y lo mismo tardas tres meses o un año en pintar esa misma imagen. Pintura pura y dura, sin foto, mucho menos tiempo, claro, porque cuando me estaba dedicando de lleno a la pintura, que es cuando estaba pintando el mural de Murcia de 300 metros cuadrados al que aludí anteriormente, me dieron el Premio Nacional de Fotografía y, a partir de ahí, me vino mucho más trabajo de fotografía. Siempre quiero aparcar la foto y dedicarme a la pintura… Hay temas, de todas formas, que me vienen de una forma determinada (en foto, en vídeo o en pintura, quiero decir). En mi última exposición sobre Asturias, en el Conde Duque de Madrid, preparé una sala pintando todos los paneles de negro, de modo que casi desaparece y solo se veían las columnas y los arcos. Había como dos vías hacia el fondo, como si fuera una iglesia, y al fondo del todo puse una ventana, una especie de tragaluz por el que se ven todas las partículas de polvo flotando sobre el aire. De pronto se forman remolinos… Me recuerda unos dibujos de Leonardo da Vinci sobre el movimiento del agua, del viento… La gente entra, se pregunta qué es eso que ve, por dónde entra ese humo, esa luz… Pues es un vídeo proyectado en la pared. Es como una foto fija pero hay algo que se mueve, el humo jugando con la luz, un haz de luz que guía a los espectadores a recorrer la sala. Es muy barato de hacer y, sin embargo, es una buena idea… Algo realmente espectacular.

¿Y poeta, hasta qué punto te sientes poeta?

¿Poeta? Muchísimo. La poesía está en todo: en la imagen, en la palabra. La palabra está tomando cada vez más fuerza en mí y, precisamente, ha sido después de entrar en contacto con un buen número de personas ciegas. Hasta entonces no había pensado que pudieran entrar a mis exposiciones personas a las que hubiera que contarles de qué iban mis fotos… En una exposición puse una sala totalmente a oscuras, de modo que quien entrase ahí no vería absolutamente nada; podías sentarte y solo escuchabas una voz que te estaba contando cosas: una poesía, una descripción, y la gente debía imaginar, dejar que las imágenes se formaran en sí mismos al escuchar. Me interesa mucho la imagen que se forma en la mente de cada persona, en su pantalla interior, al escuchar las palabras, porque es una imagen viva y totalmente original y diferente en cada uno, cambia con el tiempo, evoluciona y vive… La imagen fotográfica o pictórica es más, mucho más estática. Me gusta que la obra de arte sea siempre abierta, no del todo explicada. Persigo la atemporalidad, la eternidad en mi obra, ese tiempo eterno que se halla en cada instante.

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