Hay cientos de libros de fotografías de gran formato sobre pueblos indígenas y tribales pero quizá ninguno tan extremo -o extraño- como el de Jimmy Nelson Antes de que desaparezcan (Before they pass away, en su versión inglesa, editado por teNeues en 2013). Es sin duda el más voluminoso, con sus 4 kg, y el más caro: comprarlo en España cuesta 128 euros. Aunque en el fondo esto es una ganga si lo comparamos con la edición para coleccionistas (6.500 euros) o con una impresión individual (119.000 euros).
Según se nos informa, Nelson pretendió “buscar civilizaciones ancestrales (…) y documentar su pureza en lugares donde la cultura inalterada todavía existe”. Nos enteramos por su página web de que “encontró a los últimos integrantes de una tribu y los observó. Sonrió y bebió sus misteriosos brebajes. Compartió lo que la gente real comparte: vibraciones invisibles pero palpables. Sintonizó su antena en la misma frecuencia que la de ellos. Mientras la confianza crecía una comprensión compartida de la misión se desarrolló: el mundo no debe olvidar nunca cómo solían ser las cosas”. Está de más decir que las culturas que encontró han permanecido supuestamente inalteradas durante miles de años.
En lo que se traduce esta sandez es en una serie de fotografías de indudable belleza y dramatismo de dos decenas de pueblos, sacadas con una cámara de gran formato y con placa de vidrio. Los sujetos posan como si fueran modelos en los salones de publicidad donde Nelson desarrolló su carrera. Los pueblos tribales (que por algún motivo incluyen a tibetanos y gauchos o cowboys sudamericanos) son retratados, en gran medida, como si fueran lo más diferentes posible a nosotros. No solo en lo relativo a vestimenta y decorado, sino también en cómo se les pide que posen. Un ejemplo: Nelson tuvo la alocada idea de que indígenas vanuatus posaran todos en un árbol.
Este es un problema inherente al libro: ¿fue acaso el mundo alguna vez así? ¿Son las fotografías una representación real de alguien? ¿O son, al menos algunas, meras fantasías de un fotógrafo que guardan muy poca relación con la apariencia actual de estas personas o con la que tuvieron alguna vez?
Por supuesto, representar a las personas de forma más exótica de lo que realmente son es una tradición muy añeja. Probablemente el primero y más aventajado exponente de este estilo fue Edward Curtis, quien fotografió a indios norteamericanos en los albores del siglo XX (y con quien Nelson a menudo se compara). Nuestra visión de estas tribus se mantiene arraigada, en gran medida, a las inmortalizaciones de Curtis de deslumbrante belleza humana y, sí, de clara nobleza.
Como muchos fotógrafos desde entonces, Curtis no quería que objetos manufacturados de occidente arruinaran su retrato así que los sacaba del encuadre durante las tomas o más tarde en el cuarto oscuro. Hizo posar y describió a los indígenas como si hubiera estado allí una generación anterior. Los hombres se presentan como invariablemente valientes o aguerridos y suelen ir ataviados con todos los atuendos ceremoniales. A esta estratagema la denomino la táctica Curtis. Es omnipresente en el imaginario de los pueblos indígenas pero puede resultar dañina, especialmente cuando se pasa por alto el contexto real, como explicaré más adelante.
Pero antes me pregunto: ¿cuán reales son los retratos de Nelson? En sus fotografías de indígenas huaoranis de Ecuador los mantuvo desvestidos, a excepción del tradicional cordón que atan alrededor de su cintura. Los indígenas no solo son despojados de su vestimenta cotidiana, sino también de otros ornamentos manufacturados como relojes y pinzas de cabello. En la vida real los huaoranis contactados suelen vestirse con ropa desde hace al menos una generación, a menos que se disfracen para los turistas. Y precisamente las fotografías de Nelson fueron tomadas en una comunidad del río Cononaco en la que se fomentan las visitas turísticas desde la década de 1970. En este caso, Nelson no se limita a emular a Curtis al fotografiar a personas tal y como se veían hace una o dos generaciones, sino que va más allá porque sus modelos huaoranis femeninas preservan ahora su modestia con hojas de higuera que atan a los cordones que rodean su cintura, algo que nunca habrían hecho con anterioridad: las imágenes parecen un retroceso a una era pasada, pero resultan ser también una invención contemporánea.
Todo ello importa en parte porque Nelson defiende haber capturado el hecho etnográfico. Va más lejos y asevera con arrojo que su trabajo representa algo que otros no han conseguido transmitir. Si realmente quieres saber cómo son estas personas se supone que deberías creer que las fotografías de Nelson te aproximarán más y con mayor profundidad que otros retratos a ellas. Se trata de un insolente despropósito, presumiblemente planificado por sus publicistas, y a uno solo le cabe esperar que engañe a pocos observadores sensibles.
Existe un problema adicional: desde el título en adelante se nos dice, equívocamente, que estos pueblos están “desapareciendo”. Se presume que el libro debería ser un “catalizador para algo mayor. Si pudiéramos iniciar un movimiento global que documentara y compartiera imágenes, pensamientos e historias sobre las formas de vida tribales nuevas y antiguas, quizá podríamos evitar que parte de nuestro precioso patrimonio cultural global se desvaneciera”.
Este mantra vacuo, o alguna variante, se ha convertido ahora en parte de los problemas que afrontan los pueblos indígenas. Pareciera que basta con fotografiarles o grabarles en vídeo para salvarles. Esto sugiere que su desaparición es algo natural y el resultado inevitable de la historia, una realidad que puede llorarse tal vez, pero no evitarse. ¿Para qué tomarse la molestia? Como ilustró hace mil años el rey Canuto, la lucha contra la inexorable marcha del tiempo y de la marea no tiene sentido.
Pero la realidad es que muchos pueblos indígenas minoritarios, especialmente los tribales, no están “desapareciendo”: más bien podría decirse que se les está haciendo desaparecer por medio de nuestro robo ilegal de sus tierras y recursos. Los mursis de Etiopía (“considerados como una tribu primitiva”, según Nelson) son arrancados de cuajo de sus tierras para dejar paso a agronegocios dirigidos por el estado, aunque no encontrarás mención alguna al respecto en su libro. Las tribus del valle del Omo, sobre las que Nelson piensa que “llevan una vida simple”, afrontan lo que llama “serias preocupaciones sobre el impacto de una gigantesca presa”. Con certeza es así: las “preocupaciones” consisten en que están siendo expulsados de su tierra y, si protestan, se les golpea y encarcela. Todo ello a manos de un estado como Etiopía que es el principal receptor de ayuda internacional procedente de Estados Unidos y Reino Unido. Si eres de los que piensa que esto último es garantía de que los derechos fundamentales se respetan en la zona, piensa de nuevo: simplemente estamos haciendo oídos sordos, como suele ocurrir.
Nos encontramos ante un patrón recurrente. La sección de Nelson sobre los tibetanos no hace referencia alguna al hecho de que su país fue invadido y anexado a China, la cual mantiene su control a través de una férrea represión. Lo mismo se aplica a las tribus de Papúa Occidental, violadas y asesinadas bajo la ocupación indonesia. Nuevamente este tipo de datos se omiten en el libro de Nelson donde se nos informa, sin embargo, de que los danis “han sido considerados la tribu cazadora de cabezas más atroz de Papúa”. Un apunte este que provoca un daño aún más ofensivo y que fue pregonado por empresarios para atraer a turistas incautos: los danis no han sido “cazadores de cabezas”. Como expresa un representante de la tribu, Benny Wenda: “Es hora de que se ponga fin a estas mentiras sobre nosotros y de que la gente se dé cuenta de que el verdadero salvaje aquí es el Gobierno de Indonesia”. Nelson también nos cuenta que el país independiente de Papúa Nueva Guinea es un “lugar feroz con pueblos inherentemente salvajes”. Dado que Nelson trabaja bajo el engaño de que la mayoría de las tribus de allí devoran a sus enemigos uno podría adivinar por qué considera que son “salvajes”.
¿Se entiende el concepto? En algún lugar muy lejano hay gente “pura” pero “inherentemente salvaje” y deberíamos estar agradecidos a Nelson por desafiar las duras peregrinaciones que tuvo que soportar para regalarnos, a un precio considerable, sus “vibraciones palpables” antes de que se desvanezcan para siempre.
Y no obstante, a pesar de los crímenes atribuidos a tantos pueblos indígenas ocurre que, irónicamente, pocos de los sujetos retratados por Nelson están desapareciendo en modo alguno. Los huaoranis, por ejemplo, sobre los que Nelson absurdamente afirma que “se consideran a sí mismos (…) la tribu más valiente de la Amazonia”, son un buen ejemplo. Han visto parte de su tierra devastada por la explotación petrolera y otras áreas están amenazadas, pero algunos de sus territorios están aún bajo su protección y su población se ha cuadruplicado en la generación que ha transcurrido desde mi última visita.
El trato criminal, y a menudo genocida, hacia muchos pueblos indígenas se mantiene sustentado por un retrato que nos genera poco más que melancólicos remordimientos por la historia perdida. No hay nada de malo con la nostalgia, por supuesto, pero sí con presentar los crímenes de lesa humanidad como otra inevitabilidad histórica, tan natural e imparable como la marea creciente de Canuto.
Las realidades de las masacres en contra de los pueblos indígenas, como en Etiopía o Papúa Occidental, no deberían ocultarse del encuadre de la fotografía. Son atrocidades, como la esclavitud o la mutilación genital femenina, que deberían ser expuestas y ante las que deberían oponerse todos los que creen en los derechos humanos fundamentales.
Todos estos aspectos que Nelson trabaja funcionan como parte del problema en lugar de hacerlo como parte de alguna solución. Si sus imágenes se ven como si fueran del siglo XIX es porque lo parecen. Portan el eco de una visión colonial que preserva su efecto profundamente destructivo en pueblos que intentan rechazar su dominación. Nelson sin duda debería resintonizar su antena nuevamente porque, pese a cualquier otra cosa que su trabajo pudiera ser, el reclamo de hallarnos ante un “registro etnográfico irremplazable de un mundo en rápida desaparición” es incorrecto desde, prácticamente, todos los puntos de vista.
Karo Tribe, Ethiopia.
Kalam Tribe, Papua New Guinea.
Huli Tribe, Papua New Guinea.
Asaro Tribe, Indonesia.
Mursi Tribe, Ethiopia.
Drokpa Tribe, Kasmir, India.
Maasai Tribe, Tanzania.
Himba Tribe, Namibia.
Maori People, New Zealand.
Huaorani Tribe, Ecuador.
Many Vanuatu, Vanuatu.
Mustang Tribe, Nepal.
Rabari Tribe, Rajastan, India.
Samburu Tribe, Kenya.
Gaucho Tribe, Argentina.
The Kazakhs, Mongolia.
The Nenets, Siberia.
The Tibetans, China